lunes, 1 de octubre de 2012

Conclusiones sobre el texto de Connell de grupo de Tertulia de la Universidad de La Habana



Conclusiones del Grupo de Tertulia de la Universidad de La Habana sobre el texto de R. W. Connell (1997):
"La Organización Social de la Masculinidad"

en Masculinidad/es. Poder y crisis, Eds.: Teresa Valdés y José Olavarría, Isis Internacional, Santiago de Chile, (pp. 31-48.).

Por Wilfredo Pomares Ángel, estudiante de 5to año de Filosofía, Universidad de la Habana (U.H.). Foro Masculinidades en Cuba
La Habana/31 de julio de 2012. Las tertulias dialógicas sobre estudios de masculinidades llegaron para quedarse como práctica de aprendizaje y sistematización de conocimientos para los integrantes del Foro Masculinidades en Cuba, de la Red Iberoamericana y Africana de Masculinidades (RIAM). Cada semana un texto detona tormentas de ideas, anécdotas y reflexiones de las que sacamos provecho, haciendo más vivencial nuestros conocimientos sobre el tema y para asumir una subjetividad implicada con el cambio de aquellas prácticas hegemónicas en las maneras de asumir cada masculinidad. El encuentro del pasado martes 31 de julio, nos convocó con "La Organización Social de la Masculinidad", parte de la compilación de Teresa Valdés y José Olavarría
Masculinidad/es. Poder y crisis1. Se trata de un texto fundador de un campo de estudio, archiconocido y difundido en otras tantas publicaciones.

1 Véase R. W. Connell (1997): "La Organización Social de la Masculinidad", en Masculinidad/es. Poder y crisis, Eds.: Teresa Valdés y José Olavarría, Isis Internacional, Santiago de Chile, (pp. 31-48.).

Nuestro moderador fue el Msc. Dayron Oliva Hernández que comenzó recordando el tipo de tertulia que realizamos y su principal objetivo que es construir un conocimiento colectivo que potencie diferentes interpretaciones personales comprometidas con el cambio. Comentó brevemente sobre el autor y sobre la importancia de entender que los propios autores cambian su forma de pensar conforme a su época y a sus condiciones personales, para evitar frases sentenciosas que bien podrían ser falsas. Connell ya no es la misma persona que escribió ese texto; lo cual nos da una perspectiva hermenéutica sobre la actualidad de su discurso, que sin dudas sigue siendo un referente obligatorio para los estudios en este campo.

El Dr. Julio César González Pagés, coordinador general de la RIAM, hizo otros prolegómenos al debate, refiriéndose a la distancia temporal que nos separa de un texto que hace más de veinte años abría estos saberes; por lo que responde a algunas interrogantes y ambigüedades que ya no forman parte del debate actual. Resaltó, no obstante, la importancia de la propuesta de Connell con este texto, al exigir para las masculinidades, que son estudios que se derivan de los de género, un espacio propio que evitará la mímesis facilista a los estudios de género desarrollados por investigadoras feministas. ¿Qué tenemos de diferente? ¿Cómo definir la masculinidad? Para buscar, sobre esos cimientos, ir avanzando con las herramientas de la teoría de género.

Enmanuel George, estudiante de 5to Año de Historia de la Universidad de la Habana (UH), puso énfasis en el no encasillamiento de l@s autor@s con posiciones rígidas, "¿Hace cuánto lo dijo? ¿Aún está de acuerdo con eso?", son preguntas también loables. Puso el ejemplo de Judith Butler, de la cual que siguen difundiéndose sus textos de los años noventas como "Teoría Queer", cuando ella defiende en la actualidad otras posturas superando sus propias ideas anteriores. La contextualización para la lectura pasa también por estas reflexiones.

Al estudiante de 5to año de Comunicación Social de la U.H., Jesús Muñoz Machín, le sorprendió la manera desprejuiciada en que aborda los diferentes enfoques sobre la masculinidad: subrayando las relaciones entre estos, las fronteras desdibujadas, combinaciones para alguna postura específica; de manera que permite hacer un análisis crítico más holístico antes de proponer su propio enfoque, sin caer en separaciones maniqueas.

Wilfredo Pomares Ángel, estudiante de 5to Año de Filosofía de la Universidad de la Habana (UH), reavivó uno de los puntos de debate de la tertulia anterior sobre si era justo y conveniente legitimar un concepto de género que se erige sobre la dicotomía, lo cual podría ser excluyente por heteronormativo. Por su parte, Connell nos ofrece un dato que aventura una posible respuesta: "Todas las sociedades cuentan con registros culturales de género, pero no todas tienen concepto de masculinidad" (Connell 1997: 31); por lo que es posible hablar del género sin que nos remita directamente a las dicotomías, el concepto no es dicotómico, lo dicotómico son las determinaciones, o la forma histórica en que se pone en práctica; sin esa dicotomía no podríamos hablar de

masculinidades. Tampoco podríamos hablar de una dicotomía si no existiera a nivel simbólico, y porque ha sido construida socialmente como ancla del patriarcado.

Dayron, inmediatamente, acentuó en la idea clave de poner una cota a la definición de masculinidad, de modo que lo que va a definir –Connell- es un producto moderno: del siglo XVIII (europeo occidental) en adelante, por lo que hablamos de un concepto de una flexibilidad histórica reciente para las sociedades modernas occidentales. "Nuestro concepto de masculinidad parece ser un producto histórico bastante reciente, a lo máximo unos cientos de años de antigüedad. Al hablar de masculinidad en sentido absoluto, entonces, estamos haciendo género en una forma culturalmente específica. Se debe tener esto en mente ante cualquier demanda de haber descubierto verdades transhistóricas acerca de la condición del hombre y de lo masculino."(Connell, 1997: 32).

Ernesto Mora, estudiante de 2do Año de Historia de la U.H., puso ejemplos arquetípicos de diferentes modelos de masculinidad, y que la sociedad en complicidad legitima unos sobre otros. De modo que muchos padres ponen a sus hijos a estudiar deportes de combate para que sean más "respetados", con lo que se hace patente la violencia como catalizadora de estatus de masculinidad, señaló.

Por la misma cuerda Jesús Gómez Más, estudiante de 5to Año de Historia de la U.H., señalaba que la masculinidad se realiza y se demuestra socialmente, ya sea en la interacción con otros hombres, o con mujeres. Mientras, Yasiel Barbán Forte, estudiante del mismo año y carrera, siguió el análisis apuntando a los modelos hegemónicos que por presión social padres y madres exigen asumir y que pasan por ser definiciones populares: tener novias, tener un cuerpo "formado" ("estar fuerte"), fajarse sin vacilar, etc.

Cuando parecía ser la tónica del debate lo que podría ser el patrón hegemónico de masculinidad vigente, Julio César nos lanzó la pregunta: ¿Ustedes no creen que ese patrón en Cuba esté a punto de ser cambiado? Con lo que habrán hombres con la cejas sacadas, que se besan, y tal vez no con tantas mujeres; pero ¿por eso van a dejar de ser menos violentos, o menos hegemónicos dentro del sistema patriarcal? Los cambios tienen que ver con los cambios generacionales, y la masculinidad no es sólo los atributos a través de los cuales se expresa, ni es un concepto inamovible. Asusta

escuchar a alguien hablar categóricamente de la "masculinidad del hombre cubano", cuando el hombre cubano es tan diverso y no necesita cotas estereotipadas -señaló.

Mientras, el Lic. Yonnier Angulo de la RIAM, explicó cómo pertenecer a otra generación significa practicar de forma visual y corporalmente distinta la masculinidad, por ejemplo -dice-:"mi generación no se afeita las piernas como ustedes, por lo que en este grupo diverso puedes notar la diferencia etaria sólo mirando las piernas".

Nos avocamos nuevamente al texto que nos decía que "reconocer al género como un patrón social nos exige verlo cómo un producto de la historia y también como un productor de historia" (Connell; 1997: 43).

Definitivamente el logotipo de nuestro sitio web es una muestra de los cambios temporales que experimenta la masculinidad. De alguna forma, la imagen del esgrimista cubano Ramón Fonst (campeón olímpico a inicios del siglo XX) realizando un split le parece poco masculina a no pocos de nuestros contemporáneos, pero en su época era un signo de virilidad. Por eso es necesario adecuar los modelos teóricos a las épocas que vamos a trabajar, cuando se diga que una persona cumple (o no) con el patrón hegemónico de masculinidad, hay que especificar de qué época se habla porque "reconocer la masculinidad y la feminidad como históricas, no es sugerir que ellas sean débiles o triviales. Es colocarlas firmemente en el mundo de la acción social. Y ello sugiere una serie de preguntas sobre su historicidad" (Connell, 1997:43).

Claro que valdría la pena preguntarse si hay realmente crisis de la masculinidad o cambio de modas, o –dice Dayron– tendencia a las crisis de los patrones de masculinidad; Yonnier, haciendo un gesto afirmativo sintetiza: "un reajuste". La cuestión, según Dayron, es decidir en cada caso ¿fractura o reajuste? Puesto que hablar del término
crisis "presupone un sistema de coherente de algún tipo el cual se destruye o se restaura como resultado de la crisis. La masculinidad, como la discusión lo ha mostrado no es un sistema en ese sentido. Es, más bien, una configuración de prácticas dentro de un sistema de relaciones de género" (Connell, 1997:45).

Yasiel nos provocó al debatir sobre las formas en que las prácticas sexuales son asumidas como ítem de la masculinidad por nosotros mismos y por otros, lo que nos llevó de nuevo a afirmar que nos enfrentamos al complejo sistema de sexo/género. Ernesto, mientras tanto, amenizó la teoría con anécdotas: dos niños descubriendo su

cuerpo pueden activar las alarmas homofóbicas del profesorado de una escuela primaria, los padres y madres de los demás niños ejercen una presión que margina y estigmatiza a la inexistente pareja homosexual: "no andes con ellos, no vaya a ser que te contagies", agregó. La relación de marginación que con respecto a la homosexualidad tiende a normativizar la práctica de la masculinidad hegemónica, legitima la homofobia que desacredita prácticas "no autorizadas".

Julio César insistió en recalcar el papel que puede jugar la presión social que exige a los hombres ser dominantes en cualquiera de los campos en que se desenvuelva. El problema se presenta al desafiar esa hegemonía, desde la ciencia y desde el ámbito privado, la crítica de colegas y familiares siempre puede poner en duda nuestra masculinidad y/o nuestra opción sexual, agregó. Dayron explicó que eso puede ocurrir porque estudiamos género pero llevamos vidas imbuidas en el sistema sexo-género. Con lo que es metodológicamente correcto hacer patente y visible esta clara relación con nuestros objetos de investigación.

Nuestras posturas para con nuestro objeto de estudio nos hace blanco de toda persona que se sienta identificada con el proyecto patriarcal del sistema sexo-género, lo cual no es muy difícil teniendo en cuenta que este opera a través de la hegemonía, concepto que cuando Connell dice haberlo tomado de Gramsci, está declarando una postura frente al uso del término, entendiéndolo como dominación a través del consenso. "El concepto de hegemonía. Derivado del análisis de Antonio Gramsci se refiere a la dinámica cultural por la cual un grupo exige y sostiene una posición de liderazgo de la vida social" (Connell, 1997: 39).

Con razón apuntamos que sin la complicidad de las mujeres no habría hegemonía, muchas de las presiones que sentimos provienen de mujeres de nuestro entorno: madres, abuelas, tías, etc., que "se preocupan porque algo anda mal contigo", o compañeras de estudios que miran prejuiciosamente tu ropa y tu comportamiento intentando emitir a cada rato una frase mordaz, o aquella muchacha que acabas de conocer en una fiesta y se llena de dudas porque no has hecho lo se esperaba de ti como hombre… Por eso coincidimos con Connell, en que la complicidad es un ítem importante a la hora de analizar la hegemonía de género.

Por otro lado, casi todos concordamos que en cuanto al modelo de relaciones de masculinidades, propuesto por Connell, los subtópicos
subordinación y marginación

usados en el texto pueden ser repensados por varias razones: 1) porque no queda clara una distinción para su uso en diferentes casos: Define la subordinación como "expulsión del círculo de legitimidad" a través de "la confusión simbólica con la feminidad" (Connell, 1997: 41). Cuando se refiere a la marginación, contempla también las relaciones de clase y raza pero no niega que la marginación comparta igual definición y uso que la subordinación; 2) porque como herramienta puede ser superficial y simplificadora, un poco contradictorio con la multidimencionalidad de la categoría género postulada páginas antes en el texto; 3) porque no los explica relacionalmente: los propios homosexuales que toma de ejemplo, a la vez de ser víctimas de la marginación y la subordinación patriarcal, ellos mismos pueden reproducir en diversos ámbitos discriminaciones hegemónicas de igual tipo, hacia otras minorías y hacia las mujeres.

Ser víctima no excusa a nadie de ser victimario, apuntaba Julio César. Quién además explicó que una clave hermenéutica para juzgar esta parte del texto, puede ser el candente debate en los años ochenta y principios de los noventa del pasado siglo XX, sobre la relación del VIH-SIDA y la homosexualidad, lo que colocó a los hombres gays en un posición de doblemente marginados, fenómeno al que Connell le dedicara tiempo en estudios. No obstante, para tres generaciones académicas después, queda claro que la hegemonía es dinámica y siempre es disputable; expulsar a otros grupos sociales del círculo de legitimidad, como tendencia histórica, siempre ha funcionado como una táctica para el dominio cultural.

Tal ha sido el caso del W.H.A.S.P (white, heterosexual, anglo-saxon and protestant), que como arquetipo hegemónico en Norteamérica no está exento de dudas y fisuras que vulneran su anquilosada "masculinidad de hierro", ni agota las posibilidades que en cuanto a formas de masculinidades hegemónicas nos podemos referir, circunscribiéndonos a un espacio y a una historia específicos. "En cualquier tiempo dado se exalta una forma de masculinidad en lugar de otras." (Connell, 1997: 39)

Aunque sí hay una historia común que define parte de lo que somos: la modernidad que se nos impone como proyecto lleva implícita un grupo de argumentos ideológicos, el lugar (o ámbito) para hombres y mujeres en nuestra sociedad está tan definido como las relaciones entre obrero y patrón, nos recordaba Connell. Cuando Marx escribía acerca del capital no lo hacía en sentido netamente económico, sino como sistema socialmente construido y socialmente aceptado, relacionado intrínsecamente con la dominación; no

es de extrañar que Connell utilice el término "capital de género" en el texto para referirse a lo que en materia de producción material y espiritual termina por ser dividendo a favor de lo masculino, debido a la división sexual y genérica del trabajo, acaso la acumulación originaria del capital de género (Connell, 1997: 37). Esto no significa que la buena salud de la que goza el sistema patriarcal no pueda ser lesa por las propias prácticas sociales, resultó un punto de debate el cual se siguió profundizando.

Con el avance de la modernidad el espacio público se transformó casi en su totalidad en el mercado, dónde el tipo de trabajo legitimado corresponde a la producción de mercancías. Quedó por sentado en el debate, que las mujeres, antes relegadas de este espacio, han ido ganando sitio insertándose masivamente en el terreno laboral, ya sea por causa de una disminución de la población de hombres (como en las posguerras), o por las necesidades que genera vivir en países pobres, o como resultado de una agenda política de género. Las tensiones y desigualdades que en este ámbito ya existían tienden a complejizarse en la actualidad. La ciencia social ha reconocido ciertas instituciones como modeladoras de las configuraciones de género. "El Estado, por ejemplo, es una institución masculina. Decir esto no significa que las personalidades de los ejecutivos varones de algún modo se filtren y dañen la institución. Es decir algo mucho más fuerte: que las prácticas organizacionales del Estado están estructuradas en relación el escenario reproductivo" (Connell, 1997: 36).

Sobre el hecho de que la mujer haya sido relegada al ámbito privado de la familia (el ambiente reproductivo), se coincidió que ha limitado al hombre en las relaciones de cathexis (emoción, afecto, placer), las que han ido cambiando por la amplia demanda de las mujeres por el placer sexual y por el control de su cuerpo; y con la relativa visibilidad de la sexualidad de lesbianas y gays dentro de la sociedad.

La inhabilidad masculina para expresar ciertos tipos de afectos y disfrutar ciertos tipos de placeres está íntimamente relacionada con los tabúes del cuerpo y con la homofobia, apuntaba Connell (1997: 37-38). Sobre esto, entre los participantes de la tertulia, surgieron anécdotas de diversa índole en las que el hombre se sentía amenazado de perder su estatus de poder por expresar su cariño mediante alguna forma de contacto corporal.

Siguiendo con la temática corporal, Yonnier comentó la cantidad de alarmas homofóbicas que saltan a la sola alusión al ano en una conversación entre hombres,

tabúes que están como sustratos de las altas estadísticas de hombres con padecimientos relacionados con la próstata y poseen implicaciones peligrosas para la salud.

Por otro lado, el falocentrismo y los mitos generados a su alrededor en torno a la relación entre tamaño del pene y la raza, fue motivo de historias y reflexiones sobre las expectativas que suelen generar los estereotipos, sobre todo para los hombres negros, pero que además las personas reales no pueden (ni tienen que) satisfacer.

Ya para las conclusiones se expresó la importancia de comenzar por un texto que sistematice y nos ayude a entender "la idea global", para en otras ocasiones caer en temas más específicos. Algunos enfatizamos en que la naturaleza de estos estudios responde a nuestras propias preguntas y temores; y que nos permite emanciparnos de nuestros propios manierismos machistas, y de los personajes que nos solemos montar como barrera emocional.

David Llanes Labout, de 4to año de Historia de la U.H., propuso asumir este texto como una herramienta para dudar, y "cuestionarse todo, hasta uno mismo". Se trata de de-codificar nuestros propios comportamientos a través de la teoría que aprendemos para luego ser capaces de acercarnos con menos prejuicios a otras realidades. Esto es posible, decía Jesús Machín, gracias al uso de conceptos menos rígidos, y a una teoría que nos permite apostar por el cambio, ya que se entiende al género como producto, pero también productor de nuestra historia. Todos coincidimos en que ya lo estamos haciendo mínimamente posible, aunque en reducidos espacios de acción y de forma ajustada: en nosotros mismos, en nuestros núcleos familiares, o con nuestras amistades. A veces con sólo lanzar una pregunta "sísmica" o con una pequeña acción se pueden desatar nudos que traban la comprensión del tema. No se trata de declararle la guerra a la masculinidad, sellábamos: sino de producir juntos formas más justas para con otros hombres y para con las mujeres.

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