Homofobia, temor, vergüenza y silencio
en la identidad masculina
Michael S. Kimmel
Participantes:
Javier Rosado (doctorando)
Iván Gudiño (grado en educación
primaria)
Lore Lloidi (grado en educación
primaria)
Antonia González (licenciatura
antropología social y cultural)
Diego Allen-Perkins (doctorando)
Borja Rivero (doctorando)
La aportación que hace el autor acerca
de la masculinidad como constructo cultural ha empezado el debate. Como tal,
apela a la serie de transformaciones que ha ido sufriendo el término según ha
ido modificándose la sociedad y el proceso de enculturación en el que el sujeto
se encuentra inmerso dentro de ella; y,
por lo tanto, a la visión positiva de búsqueda de nuevas formas de
entender la masculinidad, siendo ellas motor de cambio social.
El autor trata de definir términos
específicos que tratará más adelante como son la masculinidad y la virilidad.
Considera, el autor, que estos conceptos tienen “significados cambiantes, que
construimos a través de nuestras relaciones”, así mismo que son “histórica,…,
construida socialmente,…, creada en la cultura”. En este sentido, llama la
atención que el autor utilice como sinónimos ambos conceptos. Ignoramos si el
autor ha optado por dar una segunda intención a este hecho, pero es algo que nos
da pie a reflexionar al respecto y abrir un debate. Por una parte, se entiende
que la virilidad es la capacidad de un hombre de actuar sexualmente como tal, y
la masculinidad, como construcción cultural de género que designa el rol de los
varones en la sociedad, y así se entiende como un conjunto de características
asociadas al rol tradicional del hombre (fuerza, valentía, virilidad,…). Y en
consecuencia, queda una pregunta al aire, ¿es intención del autor, definir
indirectamente el concepto masculinidad como la capacidad del hombre de actuar
sexualmente? Es decir, al hombre lo único que le mueve y le hace ser masculino
es el plano sexual.
Se resalta la definición de virilidad
del psicólogo Robert Brannon (1976): “¡nada con asuntos de mujeres!, ¡sea el
timón principal!, ¡sea fuerte como un roble!, y ¡mándelos al infierno!” . Para algunas personas es impactante y
bochornoso leer estos cuantos puntos, y comentan cómo en el punto 3 dice “que
deben tener las emociones bajo control”. Es como si quisieran decir, “mantengan
ustedes todos los sentimientos para ustedes mismos, vayan guardando uno por uno
todo aquello que le remueva, demuestre que lo tiene todo bajo control, y
cuando, tenga dentro todo aquello que no ha debido exteriorizar y no pueda
contenerlo, explote, y expréselo con agresividad, porque usted, por ser hombre,
tiene derecho, obligación de hacerlo”. Vergonzoso, pero desgraciadamente sigue
sobreviviendo esta mentalidad en la sociedad actual.
Se realiza una fuerte crítica a la
explicación freudiana en la que se apoya el texto, pues se cree no aporta un carácter explicativo de las
masculinidades, más allá (y con ciertas limitaciones) de la familia al uso
descrita anteriormente. Para algunas personas participantes no queda claro si
se apoya o no estas ideas de Freud. El texto de Kaufman leído previamente
clarifica de forma mucho más eficiente lo que Kimmel quiere plantear sin
necesidad a recurrir a los que no son más que planteamientos de dudoso carácter
científico. Por otro lado, también hay participantes a quiénes les resulta
interesante el texto porque expone cómo la masculinidad se constituye en
oposición a la feminidad; el niño refuerza su identidad rompiendo la
dependencia con la madre y el enamoramiento producto del complejo de Edipo
identificándose con el padre. El padre es el primer hombre ante el que el niño
deberá probar su hombría. En lo sucesivo, cualquier encuentro con otros hombres
se volverá competencia y demostración de masculinidad. Aunque sí cabe destacar,
parece mostrarse contradictorio ante la
explicación expuesta, mostrando sus dudas acerca de teoría freudiana.
Otra de las debilidades del texto está unida al
desarrollo de una teoría tan androcéntrica y falocéntrica como la freudiana: la
explicación sobre la génesis de la homofobia sólo tiene dos actores
principales: el padre y el hijo. El papel de la madre, y por extensión el de la
mujer, es concebido, tal y como dicta el patriarcado, como un rol pasivo, de
mera espectadora, una mera referencia de la que el niño ha de huir y a la que ha
de oponerse. Este determinismo, parece que todos los niños tengan que pasar
necesariamente por este proceso, contribuye en mi opinión a naturalizar las
causas y consecuencias del patriarcado.
Por último, Kimmel realiza una
radiografía de los distintos parias estadounidenses, en cuanto a
masculinidad se refiere, a partir del siglo diecinueve. Vendría a señalar las
contradicciones existentes entre las calificaciones binarias del ellos
frente al nosotros, reafirmando lo ya expuesto de masculinidad como
creación cultural.
Tomar el modelo de masculinidad
hegemónica como reflejo de la sociedad estadounidense limita enormemente el
alcance del artículo. No se cree que la pretensión del autor sea la de lanzar
teorías que tengan un carácter explicativo totalizador acerca de la
masculinidad, pero si se considera que debería haber hecho un mayor hincapié en
dejar claro que si la masculinidad es fruto de la cultura, únicamente se
referirá a la estadounidense. Y, junto con lo anterior, de una parte muy
concreta de las familias estadounidenses, es decir, de la familia nuclear. La
base sobre la que sustenta el artículo queda excesivamente encorsetada en una
especie de familia al uso que convive actualmente con muchas otras
dentro de la propia sociedad sobre la que escribe.
En definitiva, la principal aportación
que nos ha ofrecido el texto es el ya señalado de masculinidad como posibilidad
de cambio del concepto de masculinidad hegemónica (ya destacado por Kaufman)
pero más parecido a una enumeración de lugares comunes sobre masculinidad para
cualquier persona que haya visto alguna película de rudos agentes de policía
neoyorkinos o del american way of life, sin ningún tipo de carácter
explicativo que pudiera ser aplicado a más estratos de la propia sociedad
norteamericana.
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